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sábado, 2 de agosto de 2014

La institutriz


El día que Sara Éverton se presentó por primera vez en la suntuosa mansión Rochester, se debieron confabular en su contra todos los dioses sajones que seguramente mueven los hilos allá por el condado de Norfolk, para hacer que aquel fuera, no cabía duda, el día más vergonzante de su impecable trayectoria de institutriz: El estirado cochero que la llevó hasta la
verja tardó bastante más de lo acordado; los criados la hicieron entrar por la puerta de servicio al tomarla por una aspirante a sirvienta recién llegada al oficio; y el vestido inmaculado que había elegido para la ocasión había perdido todo su porte a causa del té que, en desagravio, le había ofrecido el ama de llaves y que había acabado derramando sobre sí misma, a causa del pulso acelerado que le provocaron aquellas incómodas circunstancias.

Pero no había hecho más kilómetros de los que recorriera en toda su vida, en condiciones a veces innobles para su posición, ni ignorado extrañas habladurías sin fundamento acerca de la mansión Rochester, para ahora amilanarse por cuatro reveses, o por la supuesta ascendencia ilustre del lord que la iba a entrevistar. Así que, antes de que el gentleman apareciera en la biblioteca donde ella esperaba, se alisó el vestido, se ordenó el pelo y carraspeó un par de veces para asegurar que su voz tenía el tono adecuado.

— Milord —dijo nada más verle aparecer en la biblioteca—. Quiero dejar constancia de que una serie de desdichados azares han dado lugar a una presentación que en nada corresponde a mis hábitos, metódicos y disciplinados. No soy campesina insensata, aunque ahora mismo tenga esa apariencia, sino mujer ilustrada y seria. Adoro a los niños y sé instruirlos en el respeto, sin hacerlos caminar rectos como un palo. Presento inmejorables referencias, y sé que puedo ejercer de un modo excelente la tarea que usted solicitó en el anuncio del Herald. Pero debo advertirle: No admito llevar uniforme, ni tampoco aderezos de ningún tipo en la cabeza. Debo ser tratada con deferencia por el servicio, del que no formo en absoluto parte y mi tratamiento es el de señorita Éverton. Si todos aceptamos esas premisas, en breve tendrá usted por excelente mi desempeño —dicho lo cual, hizo un leve gesto de reafirmación con la cabeza, y quedó en silencio, maldiciendo una y mil veces el tono resuelto e inflexible que acababa de utilizar.

Lord Middleton, hombre riguroso y áspero en otras circunstancias, sonreía ahora para sus adentros mientras contemplaba la digna compostura de la descompuesta aspirante.

—Bienvenida a Rochester, señorita Éverton. No podrían pedirse mejores méritos en  una institutriz. Deje que le presente a sus alumnos.

De la mano de una sirvienta, aparecieron los hijos del lord —una niña de unos diez años, de rostro tan dulce como sus maneras, y un niño, algo menor, pero de semejante encanto—, que, a indicación de su padre, saludaron cortésmente a la recién llegada.

En el mismo instante en que Sara acariciaba a los pequeños, entró en la sala un ceremonioso mayordomo de negra levita, que llegó hasta el lord para entregarle una nota. Cuando éste la hubo leído, mudó su rostro complaciente en otro más riguroso y enérgico y arrugó con rabia el papel. Luego, se sintió observado, y volvió a suavizar sus formas.

—Y ahora, si me disculpa, tengo que arreglar un asunto. Le dejo con ellos hasta la hora de la cena. ¿Puedo invitarla a nuestra mesa?

Sara aceptó aquella invitación de bienvenida, pero esperaba que él supiera que cualquier tratado de buenas maneras otorga a la institutriz mesa y sala propia, diferenciada de la del servicio, y también de la del anfitrión.

Estaba feliz y se sentía de nuevo segura de sí. Pero cuando hizo la primera propuesta a los niños, empezó a intuir que no todo en aquella casa resultaba tan transparente como en un principio hubiera parecido:

—Bueno, aún queda un rato para la cena. ¿Queréis que juguemos a decir quién somos cada uno?
—Nosotros sí —casi susurró el pequeño—. Pero ellos…nunca quieren jugar.

2 comentarios:

  1. Fantástica recreación de la escena. Nos dejas ver a través del personaje no solo su apariencia, además el siglo en el que viven sin ni siquiera nombrarlo y las distintas clases sociales y sus diferencias en aquella época.. Un relato genial... Esta historia, a petición del respetable, se merece que la alargues un poquejo más...

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    1. Gracias, Mariló. Este ejercicio se me atragantó bastante porque el enunciado que se proponía estaba muy definido y dejaba muy poco a la improvisación en la trama. Al final me quedó una historia un poco esteriotipada, pero en fin, que de todo se aprende

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