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martes, 5 de agosto de 2014

El sueño de Baroja



Yo, hasta hace un rato, todavía flipaba en colores.

Mira que he llegado a ver movidas chungas en mi vida, pero el marrón que nos ha caído encima esta mañana ha sido lo más fuerte de todo el curso. Alucinante no, lo siguiente. El tema ha empezado al llegar hoy al insti. Voy a saludar a la peña y me los encuentro sacándole los colores al Baroja. El puto Baroja, menudo primo. ¿Por qué tiene que traer siempre el colega esa
cara de empanao y ese jersey de rombos que le ha debido colocar su abuelo? Mira que se lo tiene que haber currado delante del espejo un buen rato para conseguir venir tan garrulo. Si es que se la busca, la va buscando. Aparecer así es como llevar un cartel-anuncio que diga “Eh, capullos, hoy quiero pillar”.Nos ha jodido, normal que pilles. Es como tener todos los boletos para el mal rollo que se está rifando.

Total, que le hacemos el paseíllo y tal, y pim, pam, pim, pam. Nada serio; a la gente se le escapan un par de collejas, algún empujón cariñoso y luego sesión de discos dedicados:

—Baroja, manda descanso que me la pones firme.

—Eh, Baroja, cambia de cara que te tengo repe.

Conque llegamos a clase y, no sé a cuento de qué, va el notas y se mosquea. Y delante del mismísimo Ballesteros se lía a lanzar los borradores de madera por encima de las cabezas, pim, pam, pim, pam. Como que al pobre Arturo, que ni le había piado, le ha abierto una brecha que se lo han tenido que llevar luego a ponerle puntos. Y él aún lanzando tizas a media clase. Y el Ballesteros queriendo poner orden: “¿Te has vuelto loco, Baroja?”, con esa voz gangosa que le sale de la nariz de patata, y agarrándolo y no había manera. Hasta que la basca ha ido cogiendo puerta como ha podido y al final el Ballesteros le ha vuelto en sí. Para verlo. Se ha liao un folclore de salir en los papeles.

Yo creo que le ha dado un aire. Se le ha ido la olla y punto. Así que, ahora que ha sacado el pronto, el tema esta chungo porque ya nadie tiene más cojones de meterse con él. Y la cosa es que esta tarde más de uno se descolgaba diciendo que el Baroja empezaba a parecerle un tío enrollao. Hay que joderse.

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Desde hace meses, todas mis mañanas se sobresaltan con un mismo sueño: Llego al colegio y el personal se me sortea a ver quién es el primero en dedicarme la gracieta más ofensiva o sacudirme la colleja más inesperada. No suelen hacerme daño, al menos no en el sentido que ellos creen; pero tampoco puedo decir que me sienta realmente vivo hasta que despierto. Tengo esta pesadilla todos los días, justo después de abrir los ojos. Y se vuelve a repetir un poco más tarde, a la hora en que entro en clase.

Hoy no ha sido distinto, ¿por qué iba a serlo? He esquivado un traspié provocado, mientras caminaba por el pasillo entre pupitres, y he soportado con resignación las bolas de papel lanzadas desde atrás por anónimos artilleros con más puntería que cerebro. Nada nuevo. He tenido días en que hubiera pagado por que fueran como hoy. Bueno, y luego… viene Arturo a ofrecerme tabaco. Cualquiera le entiende. Sabe que no fumo, y que te cae una bronca si te pillan. pero agradezco el gesto. Quizá haya algo de luz al final del túnel.

Cuando llega el señor Ballesteros, al menos, ya nadie se envalentona. Tiene una imponente nariz chata de boxeador, que intimida al más chulito. Nadie sabe por qué la tiene así, pero la luce con orgullo, con insolencia, como una herida de guerra. Yo entiendo de cicatrices.

—Baroja, sal a la pizarra.

Creo que soy el único de la clase al que todavía llama por el apellido. Por eso los demás también lo hacen. A mí no me importa. Creo incluso que él actúa así para darme importancia. O eso es lo que quiero pensar. Así que salgo y resuelvo el ejercicio. Soy bueno en eso. Por mucho que les pese, soy mil veces mejor que ellos a este lado de la clase.

—Qué, Baroja, ¿ahora fumamos? —me dice en tono socarrón.

No entiendo la pregunta, pero oigo las risas. El señor Ballesteros me señala el pantalón: alguien ha colado un paquete de tabaco en el bolsillo de atrás de mi vaquero, dejándolo sobresalir dos dedos. Miro a la clase. Todos sueltan carcajadas menos Arturo que está echado hacía atrás en su silla con los brazos cruzados y una sonrisa burlona. Le miro a los ojos. Saco el paquete y sin pestañear lo aplasto dentro de mi puño. Quizá ha llegado el momento de cambiar de sueño.

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