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sábado, 14 de mayo de 2016

Una cruz de día


La patrulla enemiga acababa de sorprenderlo entre la espesura y aunque calibró varias opciones, todas ellas parecían tener mal augurio. Le temblaban las manos que mantenía en alto, los fusiles le apuntaban inclementes y, para colmo, el que daba las órdenes tenía poca vocación de hacer prisioneros:

—Cabo, tire una moneda. Si sale cara, convención de Ginebra; cruz, ley de fugas.

¿Pero por qué esa manía de mezclar el azar con las cosas serias? De haber llevado dinero encima, lo habría apostado todo a que acertaba cómo iba a acabar aquello. Porque lo cierto era que estaba en auténtica racha: esa misma mañana lo habían seleccionado junto a otro soldado para la misión suicida del día. Y el teniente sólo podía prescindir de un hombre:

—¡Que alguien tire una moneda!


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