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domingo, 3 de agosto de 2014

La plaza


No hay vida, a la hora del café, en las calles de los barrios dormitorio. No hay viejos paseando encorvados, ni niños bulliciosos corriendo unos tras otros. Ni siquiera un poco de viento los días calurosos como hoy. Nadie rondando las aceras levantadas, ni adormilado en los bancos de los parques. Hay bares más allá del viaducto, con consumidores de menús que alargan la sobremesa. Pero no en este barrio, no en esta plaza.


La placa que indica su nombre homenajea en silencio a un personaje de Valera y los parterres de caléndula, a quien algún día se detenga para olerlos. Los semáforos, obstinados, trabajan monótonos e intermitentes para nadie a esa hora. Un guiño tras otro, a los bordillos, a las moscas…

La motocicleta negra ha llegado a la plaza por una calle lateral. Ahora disminuye la marcha y se detiene junto al estanco. El que conduce mantiene el ralentí y el que va sentado detrás se baja lentamente, casi con parsimonia. Se quita el casco, lo deja sobre la moto y destapa un paquete de rubio. Cruza delante de él un hombre sudoroso que avanza con paso rápido hacia la farmacia que tiene enfrente. En el mostrador, un dependiente de rasgos duros, peinado a raya y enfundado en blanca bata lo ve llegar. Deja ir un suspiro y masculla una frase de fastidio que solo él mismo escucha. Luego cierra el periódico que estaba hojeando y lo recibe con un leve movimiento de cabeza.

—Buenas, tengo a mi mujer maldiciendo de dolor. La rodilla, ya sabe… la artrosis. Un ataque agudo e insoportable. ¿Tiene cápsulas de Excedrina? Como no necesitan receta he pensado que…

El hombre de blanco va a atenderle pero en seguida se distrae mirando la motocicleta de la plaza a través del cristal de la entrada. Los vidrios tienen el nombre de la farmacia pintado y hay carteles de publicidad que tapan la visión. Pero dejan suficiente sitio para quien quiera escudriñar el exterior. Desde los setos de aligustre del parque en un lado, hasta la vista ciega del callejón sin salida en el otro flanco.

— ¿Artrosis dice?
—Sí, mi mujer, en la rodilla, un dolor agudo.
—Entiendo. Disculpe un momento.

Y dicho esto desaparece hacia la trastienda. El cliente espera y taconea nervioso. Mira su reloj varias veces hasta que vuelve el hombre del mostrador. Este, al fin, parece querer interesarse por el recién llegado.

—Me decía…
—¿Cómo?
—Sí, perdón, me decía…
—Pues eso, lo del reuma.
—Ah, sí, el reuma. Disculpe. Cápsulas de Excedrina.
—Eso es.

Abre varios cajones, hurga en ellos y luego los va cerrando sin extraer nada. El cliente lo mira y chasquea la lengua. Por fin, de la estantería que tiene detrás saca una cajetilla del medicamento, la envuelve en papel cebolla sin dejar de mirar al exterior y se la entrega.

Cruza la plaza una pareja. La mujer empuja una cochecito de bebé. Se paran y observan a su pequeño que acaba de despertarse. Desde una calle cercana, un coche de policía que llega de cualquier parte, se detiene poco a poco junto a la acera y los observa. El motor se ha parado pero nadie sale. La ventanilla desciende levemente con un suave zumbido. En la farmacia, el hombre sudoroso pregunta:

— ¿Cuánto es?
— ¿Cuánto es qué?
— ¿Cómo que…? Pues eso… El medicamento…
— ¿Tiene receta?
— ¿Receta? Pero ¿no le he dicho…? ¿Está usted dormido hoy o qué le pasa? ¿Quiere acabar ya con eso?

Afuera, empieza a levantarse un viento suave. La motocicleta aumenta el sonido del ralentí. El hombre de a pie lanza su cigarro y avanza hacia la farmacia con paso firme.

—Tiene razón —sentencia el boticario—. Voy a acabar ya con esto.

Abre con decisión un cajón bajo el mostrador. En el coche aparcado suenan las portezuelas cerrándose y las botas de dos hombres corriendo. El bebé rompe a llorar. Suena un móvil y, de improviso, todo se precipita…


4 comentarios:

  1. Estupendo relato. Vas creando expectativas a través de la atmósfera que hay en la plaza. Incluso esa carencia de aire parece indicar que algo está a punto de suceder y por supuesto un estupendo final abierto a todo tipo de especulación. ¡Genial para variar!.

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  2. Respuestas
    1. Tienes que introducir dos monedas más en la máquina ;-) Cualquier final que hayas deducido de la historia es correcto.

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  3. Es un relato perfecto que nos deja bailando en la intriga, especulando con lo que va a pasar y que ya, en parte, adivinamos, pero que deseamos con todas las fuerzas que nos lo cuentes con pelos y señales. Nos dejas con la miel en los labios.

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